Relato Erótico: Entre las paredes

atadoMe tenía atado y no podía moverme ni aunque quisiera. Miré hacia arriba las cadenas que colgaban de dos argollas y suspiré intentando tirar de ellas para que cedieran y dejaran mis manos libres. Imposible. Era buena haciéndolo y no me iba a dejar ni una sola oportunidad para escapar.

Hacía tiempo que se había ido de la habitación pero a mí me parecían siglos. Más a una cosita entre mis piernas que no dejaba de vibrar y que empezaba a dolerme. El frío de la pared solo me aliviaba a medias, mi entrepierna estaba ya tan excitada y a punto de explotar que solo quería hacer eso. El problema es que no podía, era imposible hacerlo con ese aparato comprimiéndome lo que me hacía incapaz de eyacular y ya no aguantaba más.

Más de una vez había querido gritar y avisarla pero la mordaza en mi boca me lo impedía. Y aún así, aún indefenso como estaba, sabía que cualquier movimiento de alerta haría que se abriera la puerta y cesara el juego de inmediato. Ella me vigilaba, no me quitaba el ojo de encima lo cual me estimulaba más aún. ¿Estaría disfrutando? ¿Le gustaría el estado en que me encontraba?

Cerré los ojos intentando con ello mentalizarme para pensar que no dolía, que no estaba al límite. Pero no servía, ya no. Era ahora o nunca, y ya no podía más.

Una ligera caricia me hizo estremecerme y abrir con rapidez los ojos para verla delante mía con esa sonrisa fría, sus ojos achinados con un gesto malicioso. Tenía en sus manos un pequeño flogger que pronto supe para lo que lo usaría. Me rozó con él por el pecho poniendo especial deleite a los pezones, decorados con varias pinzas, para seguir bajando y rozar el pene con la misma dedicación que hubiera hecho la primera vez. Pero ahora la caricia era más vívida, me estaba llevando de nuevo a ese límite y ahí ya no iba a importar nada, si tenía que partir la goma que me contenía las bolsas lo haría, tal era mi deseo ya.

Empezó a esgrimirla suavemente dándome golpecitos por el pene y las bolas, saltando cada vez que lo hacía y gruñendo más y más alto por lo que me provocaba, descargas cada vez mayores llegando a mi cuerpo y haciendo que solo quisiera llorar por suplicar que dejara que me aliviara, o que lo hiciera ella, pero no era así, seguía, una vez, dos, tres… Perdida la cuenta cuando solo suplicaba porque fuera buena y me permitiera llegar, porque me liberara del sufrimiento.

Rozó las pinzas y no hubo efecto, ya notaba el dolor convertirse en más placer, mis ojos girando en sus cuencas mientras entraba en el hiperespacio, en ese lugar al que puedes acceder de muchas formas.
Noté el alivio al quitar sus instrumentos y no pude avisarla cuando la semilla de mi interior salió disparada haciendo que solo pudiera morder la mordaza para tragar el grito gutural que salía de mía a la par que toda la simiente que había en mi interior bañándola a ella en su paso, sirviéndola. Desfallecido y sostenido solo por las cadenas, la pared era lo único que notaba en un cuerpo que navegaba por el espacio sin dolor, solo placer, solo queriendo estar allí todo el tiempo posible y no volver en horas, dejar que el cuerpo flotara, que no sintiera nada, ni los brazos, ni las piernas, ni la cabeza. Solo felicidad.
Cuando abrí los ojos ella estaba a mi lado mesándome el cabello, susurrándome palabras que aún no terminaba de entender pero que mi cuerpo respondía con su reacción. Y entonces me di cuenta que volvía a tenerme entre la pared, sin las cadenas, sentado en el suelo y apoyado en la misma, libre de toda atadura, cubierto por una fina tela que me protegía para impedir tener frío o que pudiera hacerme daño algo. Volvía a ser suyo para disfrute… ¿suyo o mío? Eso aún no lo sabía pero esperaba que le diera tiempo a regresar del todo.

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La Doctora Miss Love

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